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Por Vandana Shiva

La biodiversidad teje la red de la vida, es la infraestructura misma de la existencia. No es un objeto, ni una cosa, ni un número. La biodiversidad es vida organizada de manera compleja, es acción colectiva y evolución continua.

La biodiversidad está intrínsecamente ligada a la diversidad cultural y a las comunidades locales que la han protegido durante milenios mediante el conocimiento indígena. Sin embargo, una nueva amenaza está emergiendo: la financiarización de la naturaleza. Este concepto, promovido por el sector financiero bajo la falsa promesa de «conservar» y «proteger» la biodiversidad, representa una nueva forma de bioimperialismo que podría llevar a la mercantilización total de los bienes comunes que aún existen en el mundo.

Las comunidades indígenas y locales han sido los guardianes de la biodiversidad durante generaciones. A través de prácticas tradicionales y profundos conocimientos ecológicos, estas comunidades han desarrollado sistemas agrícolas sostenibles que funcionan en armonía con la naturaleza, no en su contra. Estas prácticas representan los pilares de una ciencia ecológica holística que contrasta profundamente con la narrativa mecanicista dominante en el Occidente globalizado, que ve a la naturaleza principalmente como un recurso a explotar. Hoy en día, el 80% de la biodiversidad mundial se conserva en el 22% de las tierras donde viven los pueblos indígenas, gracias a sus economías y culturas basadas en la biodiversidad.

En los últimos años, el sector financiero ha promovido la financiarización de la biodiversidad a través de mecanismos de mercado como los créditos de biodiversidad y las Sociedades de Activos de la Naturaleza (NAC). Estas iniciativas se presentan como soluciones de conservación, pero en realidad son una nueva forma de bioimperialismo. Estos sistemas permiten al sector financiero, históricamente responsable del saqueo de los recursos naturales, determinar qué es valioso en la naturaleza y qué no lo es. Con este enfoque, corremos el riesgo de convertir los últimos bienes comunes en meras mercancías para ser explotadas en el mercado mundial.

Los créditos de biodiversidad se presentan como instrumentos para financiar acciones positivas en favor de la biodiversidad. Sin embargo, detrás de esta fachada se ocultan peligros considerables. Al igual que los créditos de carbono, los créditos de biodiversidad corren el riesgo de convertirse en una estratagema que permita a las empresas eludir normativas estrictas, continuando con prácticas destructivas bajo una nueva apariencia. Además, la monetización de las funciones ecológicas de la naturaleza puede crear la peligrosa ilusión de que las distintas funciones críticas de los ecosistemas son sustituibles entre sí, cuando en realidad cada función tiene un papel único e insustituible en el equilibrio natural. Pero el dinero no puede hacer crecer un bosque, ni hacer fluir un arroyo. Es el cuidado de las comunidades locales lo que mantiene vivos los ecosistemas.

Nos enfrentamos a un profundo error ontológico: equiparar construcciones artificiales con los verdaderos flujos de la vida. La financiarización de la naturaleza conlleva el riesgo de una mercantilización total de los ecosistemas. Este proceso amenaza no sólo con excluir a las comunidades locales de sus tierras y recursos, sino también con alterar irreversiblemente las dinámicas ecológicas que sustentan la vida en la Tierra. Al reducir la naturaleza a una mercancía financiera, corremos el riesgo de perpetuar un ciclo de explotación y destrucción, lejos de la visión de una Tierra viva e interconectada. El bioimperialismo está creando narrativas falsas e imponiéndolas en la mente global mediante el poder.

Proteger la biodiversidad no significa únicamente preservar especies y hábitats, sino también mantener las redes y relaciones ecológicas interconectadas que sostienen la vida en la Tierra. La ciencia ecológica holística promueve métodos de producción de alimentos que no destruyen la naturaleza, sino que la mejoran y protegen. Estos métodos regenerativos son esenciales para revertir la tendencia de pérdida de biodiversidad causada por la agricultura industrial y el monocultivo.

Históricamente, el Occidente globalizado ha tratado a la naturaleza como un recurso a explotar. Este enfoque mecanicista ignora la interdependencia de la vida en la Tierra y promueve modelos de explotación que han llevado a la actual crisis ecológica. Sin embargo, la naturaleza nunca trabaja en monocultivos, ni extrae sin devolver.

Por el contrario, los pueblos indígenas y las comunidades locales viven en simbiosis con la naturaleza, nutriéndola y protegiéndola. Este enfoque no sólo apoya la biodiversidad, sino también la resiliencia de las comunidades locales.

Defender la integridad de la biodiversidad es nuestro desafío. La biodiversidad debe ser reconocida y protegida como un bien común, no como una mercancía. Las comunidades indígenas y locales ofrecen modelos de sostenibilidad que deben ser valorados y apoyados. Contrarrestar la financiarización de la naturaleza es crucial para preservar la integridad ecológica y cultural de nuestro planeta. Sólo a través de una visión holística y regenerativa podremos garantizar un futuro en el que la biodiversidad prospere, se respete la justicia social y se trate a la naturaleza con el respeto que merece. Nuestra lucha contra el bioimperialismo continúa, por un mundo en el que se celebre y proteja la vida en todas sus formas.


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